miércoles, 28 de enero de 2009

NAVIDEÑA

La niña fue a la posada con los ojos vendados para romper la piñata, pero la quebraron a ella. Iba con traje de fiesta, en cuerpo de tentación y alma de consentimiento.
(Como buen psiquiatra, un amigo mío ha explicado este afán mexicano de romper vasijas de barro llenas de fruta y previamente engalanadas con perifollos de papel de china y oropeles, de la siguiente manera: un rito de fertilidad que contradice la melancolía de diciembre. La piñata es un vientre repleto; los nueve días festivos corresponden a otros tantos meses de embarazo; el palo agresor es un odioso símbolo sexual; la venda en los ojos, la ceguera del amor y etcétera, etcétera, pero volvamos a nuestro cuento.)
Íbamos en que descalabraron a la niña, en plena Posada... (Nos hizo falta agregar que las piñatas, según el criterio apuntado, adoptan toda clase de formas para satisfacer el impulso agresivo de los niños en contra de sus seres queridos: palomitas, toritos, borriquitas, naves espaciales y pierrots y colombinas.)
Con el palo, en plena Posada. Y hubo cubas libres de por medio. ¿Cómo acaba la historia? Tendremos que esperar unos meses para saberlo. Puede ser feliz, si la niña da con puntualidad su fruta de piñata. Así tendrá su apoyo casi metafísico la tesis de mi amigo el psiquiatra, destacado autor de cuentos de Navidad.

Juan José Arreola. Cantos del mal dolor.

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